Vivencias de Afroperuanos de la
tercera edad en Cañete
(extracto).

ALIDA ROJAS DÁVILA:

"Mi mamá se llamó Modesta Dávila Velásquez, hermana de Alberta Dávila y prima hermana del abuelo de José Velásquez; a mí me dicen que soy dulcera, pero la verdadera dulcera era mi mamá. También cosía lindas vestimentas, hasta hoy conservamos su máquina de coser.
Cuando ella murió yo tenía 12 años y no recuerdo mucho de su enfermedad. Me dijeron que fue por "muerte repentina". A mí me criaron mi abuelita Flavina Velásquez y mi papá don Víctor Rojas de la Cruz, el famoso "asador" de camotes en la hacienda de los Rizo Patrón, La Quebrada; mi papá "Vitoroja" era el que asaba camotes para los peones en tiempos de la paña, y cómo serían de ricos que todo el mundo lo buscaba de Padrino de sus hijos y hasta el Patrón lo quería bastante.

Con los años mi papá se dedicó sólo a hacer y vender dulces(y también a regalar, que por eso era muy conocido) en su canasta de carrizo. Igual hacíamos nosotros.

Mi abuela De la Cruz, era una "injerta" con rasgos de negra pero bien clarona.

A la muerte de mi mamá me llevaron a trabajar a Lima en la casa de unos señores de apellido Echecopar, en Miraflores. Era una casa inmensa que ocupaba una cuadra en una esquina.

Mi tía Juanita Dávila, hermana menor de mi mamá, era el ama de llaves y hacía y deshacía en la casa: determinaba qué se cocinaba, ordenaba la ropa de los hijos, dónde colocar los cuadros, etc. etc. Está de más decir que gozaba del total aprecio de los Patrones, tal es que cuando después de muchos años falleció, a su sepelio, aquí en San Luis, vino toda la Familia Patronal, incluso la Señora en su silla de ruedas y todos lloraban inconsolablemente disputándose la oportunidad de cargar el ataúd.

Yo tuve mucha suerte, porque de no haberme ido a Lima hubiera trabajado en el campo; a mi regreso, para casarme, me dediqué a hacer toda clase de dulces, los cuales vendía con la ayuda de mis hijos. En las vacaciones escolares, los varones iban a trabajar al campo, junto con todos los niños y jóvenes del pueblo.
Era como un desfile de pantaloncitos pasarrillos y parchados, que salían antes de las 7.00 a.m. al capullito o a regar los caminos; allí iban mis hijos, que hoy son grandes profesionales pero que nunca olvidan sus inicios y tienen orgullo de su pueblo.

Mi esposo había sido "tasquero" pero luego trabajó en el campo; yo le tenía que alistar su fiambre con su desayuno, porque debía salir muy temprano para que le repartan la tarea: Yo le alistaba sus torrejitas de coliflor o sino de frijolito castilla con su camote frito y su porongo con agua de hierba luisa. Almuerzo no llevaba, porque tenía un burrito pardo muy ligero, que lo traía "volando" desde donde estuviere a almorzar.
En la tarde llegaba casi al anochecer porque tenía que traer pasto para los carneros y algunas hierbitas blanditas para los pavos y pollos.

Además tenía un tío llamado Federico Fernández que como era soltero, yo le preparaba su fiambre, en su bolsita de costalillo de harina.

Nosotras las familias negras solo teníamos dos caminos: o trabajábamos en casa o teníamos que ir al campo.
No teníamos educación para aspirar otra cosa, como yo que sólo estudié primaria hasta que murió mi mamá. Pero con lo que vi en Lima comprendí que no importaba sacrificios para que mis hijos se preparen y ninguno pase miseria. Ya cumplí mi tarea familiar, me falta ver que todos mis hermanos de raza progresen."

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